Sé que
tengo que morir, por eso vivo
(En
busca de la libertad)
Haz
sentido encontrarte en un punto sin una razón aparente, pero con la conciencia de
que es el lugar donde debes estar. Estás ahí porque sabes algo, aunque lo que sabes no lo puedes explicar pero lo percibes, ha
sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo. No sabes lo que
es, pero ahí está, es como si todo tu cuerpo, cada célula en él supiera, lo que
tú piensas que no sabes y sin embargo estas ahí, pues bien déjate llevar, rompe
los designios, cambia las estructuras de tu realidad, comienza a vivir…
Estamos hechos para el
movimiento, si observamos nuestro cuerpo, desde una perspectiva fisiológica,
biomecánica, social o la que se quiera, la movilidad es el propósito de sus
operaciones.
Esta no es una idea nueva
es más bien una formulación que acompaña al ser humano desde los albores de la
humanidad, desde los tiempos cuando se comprende y se aferra a la certeza de la
existencia de un ser supremo absoluto, único y total, que es la raíz de todo lo
que existe, desde donde surge nuestra esencia y a donde se regresa,
inimaginable en su grandeza por nosotros. Cuando se comprende que su primer
aspecto es el Poder; luego el Verbo y
después el Movimiento (moción). El
Poder, la energía generativa; el Verbo, el que contiene esa energía y la
conceptualiza; transformándose en fuerza que
será contenida en la forma y la Moción, la actividad de esa energía y
fuerza juntas, el movimiento.
La teología Yoruba radica
fundamentalmente en un Dios único, el cual creó todo lo que existe. De
él partieron diferentes energías, que se encargan de cada detalle del Universo,
estas son denominadas Irunmole y Orishas. Pero este es un aspecto común en las
diversas religiones y mitologías que los pueblos de nuestro planeta. Lo que me
hace sentido es que en la teología Yoruba, lo primero, antes de nacer, antes de
encarnar, uno ya ha decidido que va a suceder en su vida, esto ocurre a través
del ORI, (alma) que es la manifestación del espíritu, en una
realidad eteríca o astral que decide cual será su objetivo primordial en la
nueva vida que tendrá. Utilizando las diferentes energías del Universo, podemos
lograr más fácilmente el balance para llegar a ese objetivo final pre definido
por nosotros mismos, esto es vivir la vida en armonía, con salud, bienestar y
felicidad. Ya hecho físico, el ser humano está formado fundamentalmente por tres
elementos: Emí (espíritu), Ori (alma) y Ará (cuerpo) que actúan conjunta e
integradamente en la realización de su propósito, y además agregaría que este
ser humano lo hace en el operar de su existencia y en el desarrollo de sus
modos de vivir y convivir en el espacio relacional de su matriz biológico –
cultural.
De esta forma es posible
concluir que se está trascendiendo constantemente en la realización de sus
propósitos, es decir se mueve hacia la consecución de las tareas que ello le
demanda. Se culmina o se completa una etapa, edad o fase y se comienza otra, es
actividad y movimiento siempre.
La trascendencia tiene
conexiones con la palabra transgresión que
es el acto de transgredir, es decir, de violar
un precepto, una orden, traspasar un límite. Es moverse de un mundo a
otro, ampliar la mirada y la perspectiva. También tiene que ver con el verbo transitar que es la acción de pasar más
o menos rápidamente de un estado a otro, de un asunto a otro, de una idea a
otra. De esta manera la trascendencia supone un más allá del punto de
referencia. Trascender significa la acción de salir, de pasar de dentro a
fuera, de un determinado ámbito, superando su limitación a clausura. De acuerdo
a esta idea entonces entenderemos como trascender, a toda aquella actividad o movimiento que nos
impulsa a realizarnos en el cumplimiento de nuestros propósitos como seres espirituales
o energéticos en tránsito por una realidad humana en un espacio relacional de
una determinada matriz histórica – biológica y cultural. Entonces será normal por
ejemplo cambiar de postura, cambiar de idea, buscar hacer cosas nuevas, es
parte de nuestro ciclo evolutivo, es movimiento.
Trascender el yo
Trascender es, de entrada,
abrirse al tú y a los demás. Este movimiento es connatural a la persona,
porque, como ser social que es, siente el deseo y también la necesidad de
interaccionar, de salir del recinto de su conciencia y abrirse a los otros. No
puede crecer encerrada dentro de su mundo, necesita desarrollar su
permeabilidad, extraer e integrar, transferir emociones, conocimientos y
sensaciones, en definitiva, establecer ese flujo vital.
La trascendencia,
entendida en este primer sentido, consiste en superar la tendencia a pensar en
uno mismo, a calcular los propios intereses. Olvidarse de uno mismo, saber
situarse en la periferia, reducir la propia relevancia, saber ser sirviente y
marginal. Entender que hay un todo mayor que nosotros, más allá de tú y yo, que
requiere ser respetado.
Esto nos supone dos
cuestiones que resolver: 1) El problema de la importancia personal y 2) El problema del no hacer.
1.- La importancia
personal es una típica actitud que observamos en muchos seres humanos, que se
sienten y están convencidos de que son lo más importante del mundo, pensar que
se es el centro de algún universo, es una ilusión, es tan ilusorio como ser
dueño de la verdad. Debemos entender que no somos más importantes que todos
aquellos seres o entidades que co – participan en el constructo de un espacio
relacional definido y convenido de una matriz histórica – biológico - cultural
determinada. Caminar hacia la libertad implica comprender profundamente que
definitivamente no se es importante y tal vez nada, ni nadie es tan importante
como para girar en torno a ello, aceptar esto nos permite poder observar más
allá de nosotros mismos y mirar fijando la observación en distintos o variados
puntos de vista, es una forma de abrazar la totalidad. Comprender la totalidad
no como un hecho observado sino como una cuestión vital, que nuestra vida es en
la totalidad, se acontece allí, es un conocimiento que otorga un gran poder
sobre las cosas, pero la virtud no está en conquistar el mundo que se habita a través de este conocer, sino en el
acto de humildad que implica atreverse a enfrentar las realidades más allá de
los parámetros considerados normales, actuando con responsabilidad y respeto.
Cuando se deja de ser el pensador de esas realidades y se comienza a ser el
observador de los acontecimientos que se desarrollan y conforman esas
realidades, se avanza hacia la libertad.
2.- El no - hacer, esto es
algo que tiene que ver con el respeto al desarrollo de los propios modos de
vivir de cada ser que habita un determinado espacio relacional. Si retomamos la visión Yoruba entenderemos
que la vida que vivimos es una vida que cada uno ha elegido, ha pre – definido
y por lo mismo es una vida que debe vivirse hasta resolver y superar los
aprendizajes. Por otra parte solo vivimos las consecuencias de nuestras
decisiones, es por esto que el no - hacer es una actitud de respeto hacia la
vida que el otro de una u otra forma ha decidido vivir.
Ahora la intervención desde el no hacer solo puede darse en el
contexto de una solicitud, de una ayuda, pero de una ayuda que es solicitada
cuando el otro comprende que en la resolución de su propósito, requiere del
concurso de un tercero, entonces, solo entonces uno puede intervenir en la vida
del otro, esto es desde dar una simple opinión, participar en la toma de alguna
decisión o actuar físicamente en la realización de una tarea, muchas veces ya
en este nivel de participación está también implícito el cumplimiento de la
propia misión.
No estamos obligados a
estar haciendo algo siempre y es que nos creemos tan importantes que debemos
estar haciendo algo siempre, porque creemos que alguien lo necesita, porque le
hace falta, por último porque no es capaz de hacer algo solo, me pregunto quién
nos ha dado la autoridad de juzgar de esa manera, ¿Tan importantes somos?.
No
- hacer implica dejar
que las cosas sucedan, porque tienen que suceder, porque el flujo vital debe
transcurrir en el devenir del universo y
de la vida misma a través de los cauces que el mismo universo ha pre –
definido, en el espacio relacional que constituye nuestro sistema solar,
incluso los otros sistemas que actúan en relación con él y así como es arriba es abajo, en nuestro
espacio relacional intimo sucede lo mismo, es nuestro deber dejar que las cosas
sucedan como tienen que suceder para que se cumplan los diversos propósitos de
todos y cada uno de los que intervienen y tienen injerencia en la evolución de
dicho espacio relacional dentro de una determinada matriz histórica – biológico
– cultural
El no - hacer, es no
interferir en los procesos de otros toda vez que al hacerlo se asumen
obligaciones que no corresponden, terminando atrapados.
Ahora no hacer no implica
no actuar, esto sería inmovilidad y por ello estancamiento, no se avanza o no
se crece. Existen ciertas circunstancias que ameritan la intervención, pero
cada situación conlleva siempre las circunstancias que ameritan porque esta debe
ser intervenida y en esos casos el llamado es hacer lo que se debe hacer,
hacerlo correctamente y de manera impecable, en el momento oportuno, ni más ni
menos, no antes o después. Esto nos conduce a convertirnos en observadores, al
observar aumentan las condiciones para entender los procesos que definen las
circunstancias que conforman la realidad en la que estamos inmersos, de la cual
por supuestos somos co – constructores.
Ahora cualquier acto,
aunque solo sea a nivel de pensamiento es una intervención en el espacio
relacional humano en el que estamos participando, nos estamos moviendo en ese
espacio y estamos interactuando, en cuanto somos en ese espacio, en cuanto
formulamos un juicio o manifestamos una opinión en torno a algún aspecto de la
realidad que se está construyendo en ese espacio, pues de una u otra forma
estamos interviniendo, entonces al hacer, estaríamos modificando o alterando el
orden de acontecimientos y el natural
desarrollo de procesos evolutivos propios de los involucrados en dicha
realidad. Nuestra intervención debe ser medida y respetuosa, de otra forma
podemos desencadenar sucesos de los cuales debemos hacernos responsables y
aceptar dichas consecuencias sin quejas. Tenemos que entender que la imagen de
un mundo estático y objetivo ya no es más desde el momento que nos damos cuenta
de que cada uno es protagonista de la realidad que construye, por tanto
intentar tener el control de algo en constante cambio, nos convoca más a
considerar la incertidumbre de la impermanencia de las cosas y adaptarse a los
cambios que conlleva nuestro propio vivir.
Luego de experimentar y
tomar consciencia de la impermanencia de todo, de que en la vida todo responde
a “ciclos”, que la seguridad no existe, y que todo cambia constantemente, ser
el “observador”, es el rol que debemos cumplir,
permitiendo que las situaciones “sean”, aprendiendo de ellas. Desde el
lugar del observador, se puede ver que, aunque la personalidad esté “movida”,
el Ser es inmutable, que independientemente a que la situación sea agradable o
adversa, hay algo de trasfondo, Centro, Ser, Consciencia, o como queramos
llamarle, que no es afectado por nada; no obstante para que eso que somos se
trasluzca cada vez más, hay que trabajar en la integración de la personalidad,
para luego poder trascenderla; no eliminarla, sino ir más allá de ella.
La
desidentificación para liberarnos.
En nuestra existencia,
necesitamos constantemente estar en movimiento, interesarnos por las cosas,
fijarnos objetivos, depositar nuestra confianza en algunas personas, tener
esperanzas, éxitos en distintas áreas de la vida, o sea que, tenemos la
sensación (ideas) que para vivir plenamente, debemos tener ilusiones,
proyectos, adherirnos a ideas sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la
vida. Luego, frecuentemente, la experiencia nos enseña con dolor que las cosas
no salen como habíamos imaginado, soñado, previsto, que todo ese entusiasmo,
ilusión y confianza, se convierten en desilusión, desengaño, frustración. Al no
funcionar bien las cosas, tenemos la sensación de que nosotros tampoco
funcionamos bien, que tarde o temprano llega el desengaño y entonces nos
cerramos a la espontaneidad afectiva y adoptamos una actitud de desconfianza,
escepticismo y encogimiento.
El principal problema es
la identificación. Nos identificamos con las cosas que hacemos, con las que
percibimos, con las que pensamos, sentimos y vivimos. Identificarse significa
que uno confunde la propia realidad de sí mismo con la realidad de la cosa.
Tenemos una ingrata
tendencia a identificarnos con las cosas y ahí surge la posesión como una forma
de identificación, es decir que lo que poseemos creemos que nos proporciona
identidad, entonces pensamos que nuestro auto, nuestra casa, nuestro reloj,
nuestro teléfono celular, la ropa que vestimos nos da identidad y nos hace
personas, pensando que somos aquello que poseemos.
Otra forma de
identificación tiene que ver con
fenómenos internos y con la tendencia a creer que somos, aquello que
sentimos o experimentamos en nuestro cuerpo, dolor o placer, viviendo en
función de eso, llegando a extremos enfermizos
y todo lo miro en función de ese dolor o ese placer.
Nos identificamos con los
sentimientos, si estoy entusiasmado con algo, me creo ser todo yo el
entusiasmo, y negar ese sentimiento, sería como negarme a mí.
Con las ideas ocurre algo
similar, si observamos en la vida diaria, cada persona defiende sus ideas y
hasta discute por ellas, no como una idea que tiene, sino que como si cada uno
fuese esa idea.
Fundamentalmente, nuestro
Yo, no es ninguna de las cosas con las que nos identificamos, y esto aunque es
muy claro y muy evidente, no siempre es fácil de realizar. Somos el cuerpo,
pero no solo cuerpo, que es algo que está en constante renovación. Yo soy el
mismo sujeto con este cuerpo que tengo ahora, que hace años. No soy las
sensaciones, porque van y vienen; tampoco soy las ideas, que cambian
continuamente; y, sin embargo, siempre soy yo quien tengo ideas, sentimientos,
cuerpo….
Si me observara, vería que
en cada momento me adhiero a algo diferente, y el hecho de que me identifique
con una cosa y luego cambie y me identifique con otra, me indica que no soy ni
la una, ni la otra. Confundimos constantemente la realidad intrínseca del Yo
con las cosas, con los fenómenos, con lo que vive y experimenta el yo, con la
Forma. Esta fuerte tendencia a la
identificación, nos trae serios problemas, ya que es la causa de todos los
desengaños, desilusiones y preocupaciones, que provienen de una ilusión previa.
La identificación con la
mente, con nuestras emociones es otro
aspecto que debemos superar para liberarnos. Nos hacemos adictos al
pensamiento, confundimos nuestra identidad con el contenido y la actividad de
nuestra mente. Creemos que si dejamos de pensar, dejaríamos de ser. Nos
formamos una imagen mental de nosotros mismos, un yo idea, el ego, que sólo
puede funcionar mediante el pensamiento constante. El predominio de la mente,
es sólo una etapa más en la evolución de la consciencia. El pensamiento es sólo
un aspecto menor de la consciencia, no puede existir sin ella; pero la
consciencia no necesita del pensamiento, está por encima de él. El pensamiento,
por sí solo, desconectado del campo de la consciencia, se convierte en algo
insano, destructivo. La mente es básicamente una computadora para sobrevivir,
recoge y almacena datos, analiza información, ataca o se defiende de otras
mentes, etc, pero carece de creatividad. Existe una inteligencia mucho mayor
que la mente, si observamos cómo funciona el cuerpo, la naturaleza en general,
nos damos cuenta de esta inteligencia que opera. Cuando la mente vuelve
conectar con esa inteligencia, se convierte en una herramienta maravillosa,
porque está al servicio de algo mayor que sí misma.
La mente no es sólo el
pensamiento, sino también las emociones y las reacciones inconscientes, tanto
mentales como emocionales. Las emociones son el reflejo de la mente en el
cuerpo. Si nos sentimos agredidos, el cuerpo desencadena una serie de
sustancias químicas que darán lugar al enojo; si nos sentimos amenazados física
o psicológicamente, el cuerpo se contrae y sentimos miedo; si la situación es
grata nos sentimos alegres. Estos cambios bioquímicos que se producen son el
producto de la emoción. En general, no estamos conscientes de todas las pautas
de pensamiento, y en ocasiones, sólo podemos traerlas a la consciencia mediante
la observación de las emociones. Cuanto más nos identificamos con el
pensamiento, con lo que nos gusta o nos desagrada, con nuestros juicios y
nuestras interpretaciones, más fuerte es la carga emocional, si no podemos
sentir las emociones y nos desconectamos de ellas, las acabamos sintiendo a
nivel físico. Un fuerte patrón emocional inconsciente, puede llegar a
manifestarse como un suceso externo que parece ocurrir por azar, ejemplo, una
persona con mucha ira, sin expresarla ni ser consciente de ella, puede ser
atacada verbal o físicamente por otras personas iracundas, sin razón aparente.
Una emoción suele ser un patrón de pensamiento ampliado y energizado, como
generalmente su carga energética es abrumadora, da la sensación que se apodera
de uno y nos identificamos inconscientemente con ella (si uno no observa y no
es consciente), la emoción se convierte temporalmente en uno y se crea un
círculo vicioso entre el pensamiento y la emoción que se nutren mutuamente.
Todas las emociones son ramificaciones de una emoción básica, que tiene su
origen en la pérdida de consciencia de la identidad real, de la desconexión del
Yo central, del Ser. Se parece al miedo, a una sensación de estar bajo amenaza
continua y una sensación de abandono y falta de plenitud, quizá podríamos
llamarlo simplemente dolor. Una de las principales tareas de la mente es luchar
contra el dolor emocional e intentar eliminarlo, por eso su actividad
incesante, pero sólo consigue calmarlo temporalmente, y cuando más lucha por
liberarse del dolor, éste aumenta, esto es porque la mente no puede encontrar
la solución, ya que ella es parte del problema, así el ser humano no puede
liberarse del dolor, no puede vivir el bien estar de la libertad, pues se sigue
identificado con los fenómenos de la mente, aferrado a las ideas, emociones a
imágenes autoimpuestas, a creencias acerca de si mismo que van generando
ataduras, que observadas conscientemente son solo aspectos de una realidad,
pero que no son esa realidad, son una característica pero no una condición de
esa realidad y esto sucederá mientras se siga espiritualmente inconsciente.
Asumir
la responsabilidad de lo que me ocurre.
Somos responsables de lo
que pensamos y lo que sentimos, esto nos lleva a hacernos responsables de lo
que hacemos o no hacemos y no es culpa de los demás. Esto es un gran avance
para dejar de ser esclavos de nosotros mismos, de que todo lo que estamos
viviendo es producto de nosotros, de nuestros pensamientos, de nuestras
emociones. Vamos guardando un dolor por aquello que creemos falsamente que los
otros nos han hecho. Vamos guardando un sentimiento de injusticia, de insatisfacción
y eso nos hace muy infelices y esclavos. Tenemos que darnos cuenta de lo
importante que es aceptar lo que sucede y que eso es parte de nosotros, que en
el presente podemos resolver todo. No podemos corregir el presente solo podemos
aceptarlo, vivirlo, sentirlo. Ahora sin duda que esto es algo que debemos
aprender a resolver, pero ¿cómo?
Cuando acepto lo que me
ocurre, cuando acepto mi vida comienzo a aceptar la vida de los demás y
admirarme de su propios procesos de vida. De poder ver como en el otro la vida
va tejiendo sus senderos evolutivos, de cómo resuelve su relación con el
sufrimiento, entendiendo que no es la vida la que trae sufrimiento y opresión,
que no es el escenario el que porta dolor, sino que ello está en la interpretación
que hago de ese escenario.
Vivimos como aquello que
creemos que somos en vez de vivir como aquello que realmente somos, vivir como
aquello que creemos, es vivir sin asumir la responsabilidad de nuestra vida,
siendo una víctima de las circunstancias, responsabilizando a otros de lo que
me pasa, esto es no ser parte del problema, y creemos que así resolvemos
nuestra vida, pero lo cierto es que al no ser parte del problema tampoco puedo
ser parte de la solución,- no soy responsable de mi vida, no tengo poder sobre
ella, no elijo mi vida-. Somos esclavos, dependientes de las circunstancias, a
merced de una realidad que nos subyuga, de consecuencias que nuestras propias
acciones han generado, somos presas de nuestros propios temores y negaciones.
En ese camino vamos hacia el otro lado, pues nuestra misión es realizarnos como
seres humanos y esto implica vivir en la realidad y en la dinámica de, yo soy responsable de mi vida y así estoy en
ejercicio de mi libertad.
El
miedo como base de nuestra opresión.
El
miedo que se siente es la amenaza que se piensa, lo leí alguna vez por ahí y en esa
frase se encuentra la raíz de nuestro drama, al igual que otras emociones como
la ira, la envidia, la tristeza no son negativas en sí mismas, lo que se vive
negativo, es una falta de desarrollo de lo positivo, así como la oscuridad es
ausencia de luz. La identificación con el cuerpo y la mente, es el
generador de todos los miedos. Creemos
que la verdad es lo que aparece como forma, y nos olvidamos de la No-Forma, de
la fuente de donde está surgiendo y de la substancia de la que está hecha, que
es la misma que la de la fuente. Somos también cuerpo y mente, pero no como
realidad absoluta, sino como realidad relativa que aparece en el espacio-tiempo
y allí volverá a diluirse. Al ignorar que somos la vida de donde surgen todas
las formas y las sustenta, se convierte en miedo, al confundir la vida con las
formas. Nos quedamos en los aspectos ignorando las intenciones y lo vital es
considerar todo, nos hemos ido convenciendo de que el universo es dual, pero
nuestra mente analítica y monádica nos
juega una mala pasada y nos impulsa a negar o reprimir una parte de nuestro
universo escogiendo una opción y lo cierto es que el universo si es que es
dual, vendría a ser unidual o dialógico. Pues cómo puedo entonces, definir lo
positivo si no es función de lo negativo, cómo puedo definir aquello que es
sino es en función de aquello que no es. Al decir que el universo, nuestro
universo es dialógico estoy aseverando que su constitución es dual y por tanto
su unidad radica en la dualidad que lo constituye. Debemos comenzar a entender
que la unidad no es el uno en sí mismo, sino que la totalidad en sí misma, con
todos sus aspectos constitutivos en relacionalidad. El ignorar que somos la
vida de donde surgen todas las formas y las sustenta, se convierte en miedo, al
confundir la vida con las formas comenzamos a depender de ellas y en eso vamos
entregando parte de nuestro ser, vamos hipotecando nuestra libertad, vamos
transformándonos en esa forma que escogemos o con la cual nos identificamos. Si
trasciendo las formas, descubriré los orígenes de donde surge todo, lo que
somos en última instancia, aquello que no cambia. Ese darse cuenta, es avanzar
hacia esa verdad que nos vive, la atención en sí misma; la atención es
presente, instante, sin pasado que es memoria de experiencias vividas, ni
proyección de futuro que viene del pasado: es el aquí y el ahora, donde se
diluyen todos los problemas que surgen de vivirse como objeto y no como hacedor autónomo y
responsable de sus actos, absorbido por el bien y por el mal, viviendo
la culpa de ser menos; impidiendo vivir la verdad.
De la identificación con
la forma, surge el miedo a perderla y también los apegos a todo lo que da
placer, ya sean personas, situaciones, dinero, sexo, comida, posición social,
etc. Si me sitúo más allá de las cosas, viviré su verdad. No es lo mismo las
cosas como verdad, que la verdad de las cosas. Las cosas como verdad, es el
error de donde surgen los deseos, el dolor, el miedo. Lo cierto es que no hay una
amenaza al Yo real, que es la fuente de donde surgen las cosas, su vibración es
la acción, el amor, la inteligencia, que generalmente las personas nos las
atribuimos como propias, sintiéndonos orgullosos de ello en ocasiones, y avergonzándonos
en otras, como si fuéramos algo aparte del resto del universo; como si no
tuviéramos nada que ver con esa fuente original; cuando todo lo que sucede, es
el funcionamiento de la totalidad impersonal. Como existencia, no somos aparte
del mundo, somos el manifestador y lo manifestado, el vividor y lo vivido, el
que ve y lo visto, el que ama y lo amado. En esta vivencia de unidad con todo y
la realidad del ser, el miedo no tiene lugar.
Aceptar
no quiere decir resignación.
Cuando digo que nuestro mundo es
dialógico, reconozco su aspecto diverso, compuesto de variadas dualidades,
normalmente nos han educado para tomar opciones con respecto a esas dualidades,
sin considerar los efectos de rechazar o negar aquella que no hemos escogido,
desconociendo su influencia desde las sombras, pues al tomar una opción no
estamos eliminando la otra, solo la estamos escondiendo, puesto que tanto una
como otra se potencian, se complementan, se determinan constituyendo la
totalidad de la realidad en la que estamos insertos, contrariamente a lo que se
piensa en algún momento estas aparecen y se proyectan a nuestra cotidianeidad
ya sea como una enfermedad, o como un estado emocional alterado que nos genera
una crisis en nuestro vivir. La crisis puede ser una oportunidad de
autoconocimiento, de resolver dudas, de superar temores, de ver qué necesitamos
realmente, de averiguar por qué estamos donde estamos, hacemos lo que hacemos y
nos vemos como nos vemos, una oportunidad de cambiar de paradigma, de
replantearse la vida adoptando nuevas ideas, creencias, que nos ayuden a crear
una vida más saludable, confiando en nuestras capacidades. Cuando hay crisis,
hay movimiento, si nos movemos con el cambio y nos enfocamos en la oportunidad
en vez de centrarnos en las dificultades, podremos mejorar aspectos de nuestra
vida. Es necesario aceptar lo que es,
ya que esto nos libera de la identificación mental y nos vuelve a conectar con
el ser.
Aceptar no quiere decir
resignarse o conformarse, no quiere decir que no emprendamos las acciones
oportunas para cambiar la situación, si se puede. Aceptar significa integrar
aquellos aspectos de mi vida entendiendo que son parte de él, que tienen un
mismo origen y no identificarme con ellos, sino que trascender su realidad, en este proceso la
vida fluye casi mágicamente y las cosas van cambiando conforme a nuestras
necesidades. El secreto es el desapego, no aferrarse a las cosas o situaciones,
no identificarse con ellas. Aceptar es no aferrase a las cosas, así se supera
el temor y la inmovilidad. Al trascender la realidad formal de las cosas
comenzaremos a entender la
relacionalidad de la vida expresada en la totalidad de la existencia de nuestro
ser. Un ser que influye y es influido en constante intercambio con su entorno.
La
Relacionalidad.
La verdadera divinidad es el vacio, es ahí donde todo puede ser, todas
las formas y no-formas solo pueden ser en el vacío y la manifestación de esa
divinidad es la relacionalidad, el hilo unificador entre todo aquello que
existe, y que solo es, en cuanto que es, en virtud de la relación que existe
entre ellos.
Pensar la relacionalidad,
es inferir que existe una conexión entre todo lo que es, y que una persona es, en sí misma, en la
medida que se relaciona con otra. Pensarse como un individuo aislado e independiente,
es vivir en la angustia de la inmovilidad y no hacerse responsable, ni entender
que cada uno de nuestros actos tiene consecuencias que involucran a otros, para
bien o para mal. Que todo está
relacionado con el todo. Existe en el devenir de nuestra cotidianidad una
experiencia que es dialógica,
relacional, complementaria e inclusiva. Sustentada en la manifestación de pares
inseparables, una dualidad que es expresada en la complementariedad, la
correspondencia y la reciprocidad. De esta manera el ser humano surge como un
puente dentro de todo orden cosmogónico y cuyo orden es entendido como parte de
un todo más grande, donde existen diversas interacciones de significaciones y
cada cual tiene el potencial de condicionar a otras, en una red lingüística –
conceptual que es la base de una matriz biológico-cultural que conforma y
define el mundo en que cada uno opera, el dominio existencial en que cada cual
vive. Desarrollar nuestro vivir y convivir ajenos a esta relacionalidad, es una
de las tantas maneras en que nos vamos entregando a la pérdida de libertad. De
alguna forma el ser humano al verse enajenado de su condición de ser gregario,
experimenta una carencia que intenta suplir a toda costa. La ausencia de
vínculos fuertes y duraderos, de lazos afectivos va empujando a muchos de
nuestros congéneres hacia prácticas, comportamientos o actitudes de apego a
cualquier forma, ya sea cosa, pensamiento o emoción que remplace esa carencia,
finalmente terminamos entregando nuestra libertad y enredándonos en una trama
de sustitutos que nos domina plenamente.
Somos colectividad y
particularidad, unicidad y totalidad, somos una parte en conexión con el todo,
pero a su vez integramos ese todo. Esta conexión es un enlace a través de una
estructura reticular, como una gran telaraña que es nuestra matriz biológica -
cultural cuyas redes nos permiten
conectarnos y contactarnos estableciendo relaciones para ello. Las redes están
y están establecidas en virtud de que somos parte integral de todo y por lo
mismo en virtud de ello estamos en relación con ese todo. Estas redes pueden
estar activas o inactivas y dependiendo de ello las relaciones pueden ser actuales
o no. Una red se activará cuando alguno de los agentes conectados, manifieste
la intención de contactarse con otro, al activar la red pone en vigencia la
relación entre uno y otro. Hasta aquí la relación, que siempre existe, está
vigente pero incompleta, pues está dada unívocamente, en un solo sentido,
existe conexión pero no contacto. Pero independiente de ello, las conexiones
que componen esta trama, están abiertas y pueden ser ocupadas consciente o
inconscientemente y por ello nuestras acciones tienen más consecuencias que las
que podamos preveer. La relación entonces será completa y por lo tanto
actualizada cuando se obtenga una respuesta del otro, estableciéndose el
contacto, así la relación se da biunívocamente, ahora la relación estará
vigente y además actualizada, cuando exista intercambio y por tanto una complementación
dialógica a través de este acto. El acto es el momento espacio – tiempo
continuo donde sucede este intercambio y se actualiza la relación de una manera
dialógica y recursiva. Por otra parte la dialógica hace referencia a la
dualidad, asocia dos términos, dos energías o dos fuerzas a la vez antagónicas
pero que son complementarias pues en su
constante devenir y correspondencia concurren en la conformación del todo, ejemplificándose
esta realidad en todo el universo. La unidad esta en el todo y el todo está en
la unidad, pero es a través de la dualidad que se constituye como totalidad,
que a su vez solo a través de la dualidad en eterna confluencia dialógica se configura
como unidad. La dialógica hace referencia a la manifestación dialéctica
concurrente en la evolución de dos fuerzas
opuestas que se complementan en vital armonía de tal forma que ambas dependen
entre si y se transmiten integralidad, de
esta forma se manifiesta y realiza la sinergia universal. El proceso biológico
según H. Maturana de ‘’la legitimidad biológica del otro, está siempre
presente, pero producto de efectos socializadores amparados en la cultura
patriarcal vigente, hombres y mujeres entran en la continua negación reciproca
de su sensualidad y de la sensualidad de la ternura de la convivencia’’. Tarde
o temprano se expresa y aflora la legitimidad biológica del otro cuando esto
pasa se comienza a vivir una contradicción emocional con las consecuencias dramáticas
como las que he referido en párrafos anteriores, el miedo y el sufrimiento. En
tal sentido la dialógica de las relaciones humanas intenta superar este dolor,
restaurando la legitimidad del otro en coexistencia con uno, en cuanto el uno
no niega al otro, puede ser opuesto, divergente pero ambos concurren en la
conformación de una totalidad y por tanto co-existen, se encuentran conectados,
integrados y en relación. Por ello una concepción dialógica de las relaciones
establece el respeto, la complementariedad, la igualdad y la fraternidad como
valores predominantes de una cultura que determine relaciones de respeto y
auxilio mutuo en una sociedad en dinámica armonía.
La
Totalidad.
El universo es una
totalidad viva.
El logro de la libertad es
la manifestación de la totalidad en sí mismo, la totalidad en sí mismo es la
reunión en plena conciencia de las dos energías componentes del universo, que
denominaremos la unidad dialógica, dos
energías o fuerzas en tensión dinámica y complementaria, y que solo es posible
expresar su realidad o existencia la una en virtud de la otra, son inseparables
sin embargo definen aspectos distintos de nuestro universo, de nuestra
constitución, de nuestra realidad. Se podría significar o signar estas energías
como aquellas que dan existencia, una al
ámbito de las formas, aquello que es concreto, nombrable, mensurable y legible,
y la otra al ámbito de la no-forma,
aquello que es abstracto, innombrable, inmensurable e ilegible.
El ámbito de la forma, es donde existe toda la organización unificada.
Una existencia que en el ser humano empieza al nacer y termina al morir; pues
su proceso de vida, su realización del vivir requiere de un espacio- tiempo continuo organizado para
sostener su organización e identidad como ser. Requiere de un espacio conocido
para crecer, desarrollarse y prosperar, pero también debe proyectarse a lo
desconocido para trascender y retornar a los orígenes e iniciar nuevos ciclos
de vida que es su propósito existencial, es decir depurar la energía que es,
hasta ser diáfana, poderosa y creadora, es la sinergia del universo y nosotros
como parte de él, no escapamos a su devenir.
Todo lo conocido o el ámbito de la forma está dado por el lenguaje,
con el lenguaje podemos crear mundos y por lo tanto crear realidades,
realidades que están enmarcadas por una matriz biológico – cultural en la que
tácitamente todos hemos convenido desarrollar nuestro vivir y convivir. Ahora
bien muchas personas viven bien en esa matriz, están aparentemente tranquilos y
cómodos, su ego amparado en esa maravillosa maquina que es nuestro cerebro les
permite vivir ‘’su vida’’ de una manera apacible y cuando aparece algún
sobresalto o duda esa misma maravillosa maquina provee de imágenes e
interpretaciones que mantienen el estatus quo, además de una serie de
instrumentos que la propia matriz biológica –cultural, como un macro sistema
genera instituciones para sostener su propia organización y estructura, pero a
pesar de la eficiencia de estos controles, el ser humano, algunos de tiempo en
tiempo, viven la contradicción de estar en un mundo plano, que avanza inmisericorde,
al parecer independiente de sus propios creadores, es allí cuando la necesidad
de trascender irrumpe como insatisfacción y ahogo, buscando atravesar las
barreras de la percepción y aventurarse en el otro ámbito: ‘’lo desconocido’’.
En el ámbito de la no-forma, entra aquello que es irracional y está
dado por lo simbólico e imaginario, no puede ser certeramente descrito ni
nombrado solo puede vivirse bajo la propia experiencia e incorporarse a la
cotidianidad y al ámbito de la forma a través del sueño y el simbolismo, donde
cada entidad es en cuanto que es por sí misma y fluye voluntariamente en su
esencia exenta de figuras propias de nuestro mundo convencional de la forma, es
la verdadera magia. Aquel aspecto de la vida solo es posible vivirlo y
atestiguarlo, presenciándolo y fluyendo en él. Considerarlo, es decir
integrarlo a nuestro vivir, nos lleva sin duda a cambiar nuestra formas de
percepción, nuestros modos de relacionarnos, nuestros modos de desarrollar
nuestro vivir, a partir de ello el mundo se re-organiza y la vida adquiere un
real sentido de transitoriedad y finitud, la muerte entra a jugar un rol tan
importante como la vida, como que es su contraparte, otra manifestación de la
polaridad universal, ‘’sé que tengo que
morir y por eso vivo’’.
En resumidas cuentas comienzo a transitar con un pie en cada vereda
del devenir espacio - tiempo continuo. Vivir esta vida adquiere un valor
preponderante en la medida que vamos integrando nuestro sentido de totalidad y
de trascendencia y por tanto de libertad, como un asunto vital de nuestra
evolución, de nuestro desarrollo como seres humanos y de nuestro crecimiento
personal. Dejar atrás aquello que nos pesa y nos hace densos, soltar aquellas
amarras, derribar aquellos muros, para abrirnos a la comprensión de un nuevo
mundo, conquistar la totalidad en sí mismo es el gran paso hacia la libertad,
pues ‘’para ser parte de todo no debo
estar atado a nada’’. Esa es un conversión que debe partir en nuestro
interior, es una experiencia personal, una realidad propia, que implica un
intento inflexible de estar en pleno uso de nuestra voluntad, ‘’Tal como yo soy, yo decido, yo actúo, yo
me hago responsable’’. Está claro que no es una vereda de andar fácil, y más
claro está aún, que no todos podrán recorrerla, que algunos deberán ser
empujados a dar los primeros pasos, todo ello por el temor a perder lo poco que
se tiene, pero cuando se logra atisbar sobre el muro todo lo que se puede
lograr, nuestra intención puede comenzar a cambiar.
Comenzar a creer que nuestra intuición es más que un presentimiento o
corazonada, que es un conocimiento profundo y silencioso, que nos conecta con
un aspecto de la energía del universo
Esto sucede cuando el hombre convierte en objeto de realización a
su propia constitución fisiológica, emocional y mental, mediante la conciencia
de sí mismo, recobra su libertad intima y modela su vida. De esta forma es el
espíritu, como totalidad reunificada en sí mismo, lo que da al hombre su independencia y
superioridad frente al entorno y a su
propio mundo interior. El espíritu gravita como YO SOY sobre lo biológico y lo
psíquico, al conectarse con la vida. Así sostiene la vida y la vida es la única
que puede poner en actividad y realizar la totalidad que es lo espiritual. El
ser humano al objetivizar esto que es lo espiritual, que no es más que integrar
en su quehacer cotidiano un elevado existir y su aproximación a lo absoluto a
través de la praxis reflexiva y meditativa orientada hacia altos valores
humanitarios, no hace otra cosa que alinear o reintegrar aquello que es lo espiritual,
que en esencia son estas dos energías o dialógica en tensión dinámica de la
forma y la no forma, en los otros aspectos constituyentes del ser humano, su
ser esencial (yo soy), ser físico (yo estoy) y ser emocional (yo siento), esto
es objetivizar o encarnar su espíritu, entonces tanto su entorno como su mundo
psíquico o ser emocional, comienzan a ser parte de una sola realidad, ya no
como algo independiente, sino como una co-construcción de algo mayor y total,
así descubre por necesidad intuitiva la coexistencia de ambas realidades y a la
vez descubre por esta misma necesidad intuitiva la existencia del ser por sí
mismo, o sea el ser absoluto de la divinidad, la esencia del ser espiritual
supremo.
De este modo, la conciencia del ser del mundo,
la conciencia del ser de sí mismo y la conciencia de ser por sí mismo, forman
una indestructible unidad sistémica y
orgánica integrada e integral manifestada en una relacionalidad que da cuenta
de una superioridad y totalidad sagrada. Este es un factor decisivo para
exaltar la condición humana y aproximarse a lo absoluto, eterno y esencial.
En el contexto del desarrollo y crecimiento como seres humano podríamos
decir que nuestro ser actual es un llegar
a ser. No llegamos a ser como quien llega a un objetivo final,
sino al estadio que comenzamos a transitar en el momento de mirar más allá de
nosotros mismos y de nuestros intereses inmediatos. Desde este punto de vista,
desenvolvernos es un continuo llegar a
ser, un proceso de comprensión por inclusión, por integración y
aceptación acompañado de la plenitud implícita en cada avance que hacemos sobre
el contexto que nos contiene y nos define. Como continuo, llegar a ser es, simplemente, ser ahora, en el eterno presente.
No nos es posible ni ser lo que fuimos ni ser lo que todavía no somos. Somos ahora. El quid del ser ahora es el contexto de
nuestro ahora. Cuanto más abarca el contexto de nuestro ahora, más expandida es
nuestra conciencia de ser.
En este proceso es el uso
de nuestra voluntad la que nos dará el poder de dirigir, construir, comandar y
realizar con la sabiduría de los dioses, que no es otra cosa que realizar
nuestra espiritualidad en concordancia con las emanaciones del poder universal,
la participación en el gran designio de la obra universal. Es decir
correlacionar el Ego reconstruido, el mi psicológico y el yo espiritual (Yo
soy) en el propio espacio –tiempo; aquí
y ahora.
Esto es lo único propio
del ser humano su espacio y tiempo actual y es lo que debe aprender a controlar
y hacerse participe del acontecer universal a través de su acción en ese propio
espacio – tiempo, hablamos de su acción consiente, en posesión de sí mismo en
el estado de haberse dado cuenta por sí mismo. Por ello esto es una experiencia
personal que conlleva un acto de fe, de creer, de que todo es posible.
A
modo de conclusión
A estas alturas pareciera que la libertad ya no es un derecho que se
adquiere por el solo merito de nacer, pues al contrario, asoma como un don que
se recibe luego de llevar una vida impecable, asumiendo cada tarea que se nos
proponga de manera responsable, comprometida y a cabalidad, del estar consciente de los designios
y desarrollar el poder de percibirlos y seguirlos sin cuestionamiento alguno,
pues se asumen como un desafío digno de aprendizaje y desarrollo, que por
supuesto cualquiera de nosotros puede asumir cumplir o no cumplir, aceptar o no
aceptar, quizás como un único aspecto de la tan aspirada, pero temida libertad.
Planteo ‘’temida libertad’’, pues si bien es algo todos o al menos muchos
ansiamos, también no son pocos los que le temen, porque la libertad conlleva un
alto grado de responsabilidad, de hacerse cargo, de cada decisión, de cada
acto, de cada tarea que implica realizar un vivir y un convivir de una vida
sobria y apegada a los valores universales del Espíritu. Aprender a vivir de
manera sobria y disciplinada, sin dilapidar nuestra energía, tomar solo aquello
que se necesita y dejar el resto para otros que también necesiten, cumplir el
mandato existencial de todo ser vivo, crecer, desarrollarse, evolucionar y
prosperar, pero entendiendo que se vive y convive en relación con otros, los
seres humanos viven o vivimos en el convivir como personas con otras personas
construyendo mundos que constituyen la localidad de nuestro vivir y convivir,
de este modo la localidad de nuestro vivir nunca es individual, siempre es la localidad
del convivir de las comunidades que generamos y es allí donde vivimos nuestra
responsabilidad. Nuestra responsabilidad es vivir nuestra relacionalidad en la
localidad de nuestra existencia, en el sentir y ver que somos siempre miembros
de una comunidad.
No pretender que nuestros descubrimientos sean verdad para todos, no
observar despectivamente la realidad tal vez ilusoria en que nuestros vecinos
desarrollan su vivir y convivir, pero tampoco olvidar que la soledad
experimentada en nuestra conciencia tiene su contraparte en la colectividad de
la relacionalidad que nos envuelve.
Salir de un paraíso o de un infierno autoconstruido implica tener una
fe ciega en los propios procesos, pero también en los procesos de los demás. No puedo obligar a los demás a ver mi
verdad, pero si puedo compartirla si me lo solicitan, puede suceder que alguien
más haya visto lo mismo.
Ello supone un compromiso
más allá de toda prueba, que obedece a un acto premeditado, a una estrategia
que nosotros mismos hemos de diseñar y a la que cada cual debe entregarse de
manera perfecta, precisa y cabal. Darse cuenta, vivir este
sueño es algo reservado para algunos pocos no sé, cual sea el criterio que
permita darse cuenta, pero sin duda tiene que ver con el grado de conciencia
alcanzado y en ese sentido existen algunos más adelantados que otros. Lo cierto
es que al final nos damos cuenta que estamos solos, cuesta encontrar alguien
que siga tus descubrimientos a no ser que sea de tu mismo grupo de trabajo…La
soledad es la eterna compañera de quien busca la libertad, no hablo de no
sentir afecto o cariño, sino de que a pesar de amar, tener la más certera
conciencia de que se está solo en este camino, que es un sendero que se debe
transitar solo, es algo personal, habrá compañeros de ruta, pero los pasos solo
se dan en la soledad de nuestra conciencia, de nuestra propia experiencia. Es
nuestro propio creer el que va delineando este andar y por el hecho de ser
propio es nuestro y es imposible de ser compartido salvo que por aquellos que
puedan solo atestiguar ese tránsito pero, aunque lo comprendan, lo observen y
estén allí, solo serán testigos del proceso.
Esta es la debilidad que podemos enfrentar en un proceso de esta
índole, cuando se supera el miedo y se ha dejado de sufrir, el constatar ese
sentimiento de soledad, es la sensación que nos comienza a acompañar, que surge
del desapego, de la certeza de la muerte y de la profunda experiencia personal
que implica experimentar la totalidad, a pesar de las muestras constantes de la
relacionalidad. Aunque esta sensación de soledad que se
experimenta viene más por la paulatina y sistemática reducción de la compasión,
que se comienza a vivenciar en la medida que aumenta el desapego, sobre todo con
las personas, especialmente los seres queridos cuando se les deja realizar su
propia vida, se les deja ser, siendo solo testigos de sus propios intentos,
salvo que las propias circunstancias ameriten y nos llamen a intervenir, pero
para eso tenemos que tener muy clara la totalidad y la relacionalidad de los
hechos que atestiguamos, las causas, los propósitos, los actos y las
consecuencias de la situación observada y que no exista ningún interés personal
en aquello que nos convoca, solo así es posible intervenir sin traicionar el
principio del no-hacer. Pero también implica por el otro, un profundo acto de
amor y de respeto por el derecho a existir, a crecer, desarrollar su propio
ser. Recordemos ese concepto teológico
Yoruba que hacía referencia al principio
de este escrito, uno cuanto ser espiritual traza por decirlo de algún modo el
plan de su propia existencia en lo que será esta experiencia humana para su
aprendizaje y evolución, escoge su lugar, su tiempo, su familia, sus padres
para encarnar y poder vivir sus propios procesos evolutivos, nada está colocado
al azar en nuestro camino todo tiene un propósito y está relacionado con
nuestro crecimiento, que acto más amoroso puede existir en dejar que el otro
sea por sí mismo, ser su testigo y tal vez tener el honor de poder guiarle.
Sin embargo este proceso, no siempre resulta bien comprendido y no
será entendido en cuanto forma, pues su apreciación surge del otro lado, desde
la no-forma, desde ahí es posible observar con total desapego el acontecer de cada
cual y esto es lo que se hace en soledad, pues en cuanto observador de los
otros aconteceres, uno solo puede ser testigo en un acto de amor hacía el otro
para que pueda ser por sí mismo y nada más ser responsable por nuestro propio
acontecer y cuando el propósito de nuestros propios quehaceres nos convoque en
un mismo acto, aprovechar al máximo el instante de compartir y convivir en tal
evento, pues en el trazado reticular de nuestra matriz biológica- cultural, los
nodos que intersectan nuestras personales realidades pueden ser instancias
socio-afectivas y de reunión. Ahora bien desde el mundo convencional (la forma)
las iglesias, las comunidades y grupos de
autoayuda, han sido una respuesta ante la sensación de soledad. Es bueno saber
que esta sensación es algo que si bien es cierto imposible de negar, es una
sensación que proviene del mundo convencional, de haber nacido y crecido en una
matriz biológico-cultural que nos impulsa a pertenecer a lo que sea pero estar
dentro, esto es algo que es verdadero, pero hasta cierto punto, pues es distinto ser en el mundo, que ser del
mundo, en sus distintos roles y circunstancias nosotros acontecemos en el
mundo, en cuanto forma o cuerpo, y ese ser es comunitario y social, pero ese es
solo un aspecto de nuestro ser. La muerte y la soledad serán nuestras más
fieles compañeras de viaje en busca de la libertad.
Al fin de cuentas vivir es morir y eso es algo personal e individual,
aunque todos estén pasando por la misma
situación, en cuanto a experiencia solo me ocurre a mí, este acontecimiento
sucede en un continuo espacio-tiempo determinado, definido por mi propio ser
para la evolución espiritual, en un camino marcado con un propósito más allá de
toda circunstancia como lo es abrazar la totalidad, la conciencia individual
disgregada, en libertad absoluta y total, transformada en todo, ese es el
camino, ese es viaje al cual todos asistimos, todo lo que hagamos en el
transcurso, nos ayuda o nos retrasa, pero siempre será parte del mismo proceso, puede ser radical, aterrador
si se quiere pero es simple, aunque no fácil transitar este camino, todo esto
implica atreverse a morir, atreverse a estar solo, en silencio y atento…